Los recientes
acontecimientos acerca del denominado “Cártel del confort”, nos muestra la parte más oscura y
cuestionable, de un grupo económico,
líder en el rubro forestal y de la industria del papel, además de fuerte
inversionista en el sector pesquero y de servicios. Cómo llega a este lodazal el presidente, y
principal financista, del más reputado
centro de estudios, vinculado a la derecha económica y política, es una incógnita.
Monarca indiscutido de las cenas empresariales, de los eventos sociales, y de
un cuanto hay de actividades filantrópicas, la fortuna de este grupo
empresarial, hace rato que figura en el ranking Forbes. Con una historia
señorial que hacía las delicias de los lectores de revistas de papel cuché, el
llamado grupo Matte, era hasta ahora una de las más sólidas “marcas”, sinónimo
de éxito en los negocios y un cierto sentido de “interés público”, en sus
actividades no comerciales.
Los
entretelones de la investigación que ha llevado, con gran eficiencia la
fiscalía nacional económica, dejan entrever una
fórmula burda y brutal, para
controlar el precio de los productos, al gusto de las dos empresas de posición
dominante. Los consumidores de elementos de primera necesidad para el aseo
personal, como papel confort, toalla nova, pañuelos desechables, en otras
palabras todos los chilenos y chilenas fuimos engañados por más de 10 años,
forzados a pagar precios elevados por la colusión empresarial.
Es inevitable
recordar un ejercicio similar, protagonizado por altos ejecutivos de cadenas de
farmacias chilenas, hace un par de años, donde también existió colusión para
subir los precios, esa vez de medicamentos de consumo masivo de la población.
También se produjo, hace un breve tiempo,
esta acción contraria a la libre
competencia, entre las grandes empresas productoras de pollos.
Se sospecha,
aunque siempre se ha negado que las
empresas del servicio de transporte interurbano de pasajeros, en el centro del
país, realizan un ejercicio similar, en da día festivo, o de fin de semana
largo, o temporada alta. Donde todas las empresas, coincidentemente, alzan los
precios en más de un 50%. Se explica en este caso, que los precios que existen
el resto del año, son promociones especiales, que cesan solamente en las fechas
señaladas.
En el libro: ”La
riqueza de las naciones”, uno de los
textos, que ha servido para nutrir a los partidarios del libre mercado de todo
el mundo, desde hace más de 300, el
padre de esta escuela económica, Adam Smith sostiene que el bienestar de la
población se consigue, por la simple y libre conjunción entre las personas que
producen y venden bienes, y quienes los compran. El verdadero motor de la
economía y de la “riqueza” de una nación, es el deseo de surgir, el afán de
obtener una ganancia individual. Quien posee este afán, consigue, aun sin proponérselo,
un beneficio para toda la población, aún para los más pobres. Su referencia a
la “mano invisible” del mercado, debe ser su frase más citada, y además la más
controvertida. El sistema económico chileno, cuyas bases fueron construidas en
medio del rigor de la dictadura, por los ex alumnos de la Escuela de economía
de la Universidad de Chicago, aplicaron
a raja tabla las máximas de Adam Smith y de Milton Friedman, tiene contradicciones. Un discurso apasionado en pro
de la libertad económica, bajo un régimen que restringió todo el resto de las
libertades individuales. La promesa de prosperidad, lejos del yugo del estado, que
funcionó sólo para unos pocos, en medio de la cesantía y la indefensión en materia de seguridad social,
con el “plan laboral” de Piñera, las AFP y las Isapres.
En Chile, sí
se generó riqueza durante ese período.
Se produjo una acumulación acelerada de riqueza en un breve lapso, y en
manos de unos pocos empresarios bien relacionados con el poder político y ex
altos funcionarios de la dictadura, Uso de información privilegiada,
privatizaciones truchas, negociación de contratos con las empresas estatales,
las fuerzas armadas y con la administración pública realizados al margen de
todo control.
Los grandes
conglomerados económicos del momento actual, son continuadores o herederos de
los llamados “grupos económicos” de los 80, aquellos que se repartieron el
país, y fijaron las reglas del juego en un mercado sin regulación ni
fiscalización. En la debacle del año 1982, el dólar cuyo valor fijado artificialmente
en $ 32 (había permitido el llamado “boom
económico”), se dispara por las nubes. Una estela de empresas y hogares en
quiebra se extiende por todo el país. Allí al igual que en la crisis sub prime
de USA, el estado interviene la banca. Es decir cubre los créditos que habían
contratado dichos bancos con la banca extranjera, se respalda a las compañías
de seguros, que habían vendido pólizas a empresas y entidades financieras
inviables. Y en medio de una dictadura sangrienta, se salva a las grandes
fortunas, para que el capitalismo tenga una nueva oportunidad. Por supuesto que
esa bendición estatal llega sólo a los más grandes, como reza el título de un
film “So big to fail”. Los pequeños empresarios desaparecen o se precarizan,
los trabajadores pierden sus empleos, sufren embargos, pierden sus casas.
La gran
solución para la capitalización de las empresas fue el sistema privado de
pensiones. Un flujo constante y permanente de recursos frescos, riega
generosamente las arcas empresariales, a través del templo del libre mercado. Las
grandes empresas cotizan en bolsa, y las AFP (en cuyos directorios campean conocidos
y experimentados ejecutivos o empresarios), compran compulsivamente dichas
acciones. Los trabajadores de Chile, salvan al capitalismo con el sudor de sus
frentes.
Los mismos
bancos que agreden al pequeño comerciante con tasas usurarias, o exprimen al
trabajador con intereses superiores al 50% al año, esos mismos bancos, obtienen
financiamiento fresco y a bajo costo, a través de las millonarias compras de
acciones que realizan las AFP. Ósea, el
trabajador paga para que le presten su propia plata.
Y de nuevo,
en el momento actual nos enteramos que
en los pollos que comimos, el medicamento que
tomamos con frecuencia, y hasta en el confort o los pañales que usan tus
hijos, se ha faltado a la verdad, se ha engañado, para obtener una mayor
ganancia. La conclusión es inevitable: el sistema de libre mercado es una
farsa, los padres del “modelo” chileno construyeron sus fortunas sobre la base
de trampas, de engaños y de hipocresía.
Asimismo,
finalmente después de 25 años, comprobamos que el control ejercido por los
grupos de poder económico, social y político con que ha contado la derecha
chilena, socavó desde su base la incipiente democracia. Nunca se revisaron las
privatizaciones de empresas estatales estratégicas, las eléctricas, las
generadoras, las sanitarias. Se redujo el aparato fiscalizador del estado, y no
se entregaron herramientas a los reguladores. Se bloqueó reformas laborales, se
defendió el sistema binominal por 25 años, se hizo uso y abuso del dinero en
las campañas electorales.
La transición se dio por terminada, ya varias veces, pero no sólo no ha concluido, sino que constituye
hoy día el principal desafío para la comunidad, la ciudadanía, los
consumidores, para el pueblo de Chile. El desafío de construir un estado social
y democrático de derecho, donde el destino de la patria no esté entregado a
unos cuantos capitalistas creativos, sino que sea definido por instituciones
nacidas desde el seno mismo del pueblo. Donde los representantes elegidos en
votación popular sean fruto del trabajo y compromiso asumido con los electores,
más que por el dinero de los grandes intereses.
La elite
económica del país, ya no podrá dictar cátedra a la sociedad sobre los temas
que sólo el debate democrático debe zanjar, se acaba el veto social, cultural y
político, y el poder debe volver al soberano.
La credibilidad, la confianza en las
instituciones se va recuperar, cuando cada uno de nosotros, tengamos la
oportunidad de participar en la asamblea que defina al nuevo Chile, donde se
rescate y valore el trabajo humano, la dignidad, la solidaridad y la felicidad.
Entonces y
sólo entonces, la transición habrá terminado.