Dentro de las
imágenes más desafortunadas del primer año de la instalación del gobierno de la
Nueva Mayoría, está esa que nos brindó un senador de la república, a la sazón
presidente de uno de los partidos de ese conglomerado. En la ocasión, e
intentando graficar un pretendido ánimo refundacional, señaló que nuevo
gobierno usaría una “retroexcavadora” para desmontar todo lo que se había hecho
hasta ahora, para levantar “nuevos cimientos”.
Esa imagen,
sumada a los bochornosos episodios de irregularidades en el financiamiento de
campañas políticas, casos PENTA- SQM, y luego el denominado “Caso Caval”,
terminaron por dinamitar no sólo la credibilidad del debutante gobierno, sino
terminar con el menguado prestigio del sistema político por entero.
Llevar a cabo
un programa de gobierno, que contiene variadas y profundas reformas, en este
escenario, ha sido una tarea en la cual se volcaron todas las energías de los
sucesivos gabinetes ministeriales. Con la mirada puesta en el cumplimiento del programa
de gobierno, se perdió de vista un elemento consustancial al ejercicio del
poder en un régimen democrático, la búsqueda de entendimientos con las otras
fuerzas políticas, y procurarse el apoyo de las fuerzas sociales.
El sólo
carácter transformador del gobierno de la Nueva Mayoría, debió ser el aliciente
necesario para que el norte estuviese situado, no en el mero cumplimiento
programático, sino en la consolidación de los cambios en las capas más
profundas de la sociedad. No obstante, esa tarea los partidos de la coalición
gobernante la dejaron a la responsabilidad de sus cuadros en el gobierno. Craso
error, el ejecutivo debió concentrar toda su energía en llevar adelante una
tarea ingente de formulación, diseño, y ejecución de políticas públicas, que
tensionaron a la administración y exigieron del parlamento una disciplina y un
orden para el que no estaban las condiciones. La esencial coordinación
política, de los partidos políticos gobernantes con la base social, no se dio,
y al cabo de un año y medio de gobierno, todas las mediciones de opinión ya
arrojaban cifras de evaluación negativas, para las reformas.
El
espectáculo que han dado en los últimos meses los liderazgos partidarios
enrostrándose responsabilidades, por distintos tropiezos, desde la fallida
inscripción de las primarias legales en el SERVEL, pasando por el resultado
municipal, no ha hecho sino aumentar más el desapego de la ciudadanía, de la
vida política del país.
Con el año
2017 en frente de nuestras narices, y la llegada de las premuras de desafíos
electorales que se precipitan, la necesidad de conducción política en la Nueva
Mayoría resulta evidente. Dejar los discursos altisonantes, y las
recriminaciones a través de los medios de comunicación o a través de redes
sociales, parece de Perogrullo, pero hasta el momento no es algo que se haya
superado. Es una “cuestión de actitud”, el “animus societatis” requiere mucho
más que una nueva carta suscrita por 7 personeros. Requiere de la instalación
de un dialogo con la ciudadanía, no en las cuatro paredes de una sede
partidaria. Un dialogo que interpele al ciudadano de carne y hueso, que se haga
cargo de las pellejerías del día a día, y sea capaz de empatizar con sus deseos
y aspiraciones.
Los problemas
de la política se resuelven con política, y los de la democracia con más
democracia. El Chile al que arribaremos en una nueva contienda presidencial, va
a requerir más certidumbres que interrogantes, el liderazgo que mejor encarne
la imagen de solvencia política y de autoridad supra partidaria, será el que se
alce con el triunfo.
La orden del
día para los partidos de la Nueva Mayoría, es recuperar la conexión con el
cuerpo social, volver a las calles, hacer el trabajo territorial que se tiene
abandonado, y asumir con humildad que el resultado seguirá siendo incierto con
miras a las futuras elecciones, pero al menos se tendrá la certeza de haber
hecho el mejor esfuerzo por recuperar con dignidad el respeto de la ciudadanía.