Desde que se iniciaron las protestas masivas contra la
dictadura, en 1983, la movilización social fue en un espiral ascendente. Pese a
que el régimen desplegó toda su ferocidad, con crímenes alevosos, torturas y
horror, la población no se detuvo. El punto de inflexión fue el atentado
fallido contra el dictador. A partir de allí, la oposición debió optar, o se
continuaba con la estrategia de movilización social y desobediencia civil, o se
buscaba una salida política. El realismo primó, y con el beneplácito del
departamento de Estado norteamericano, se iniciaron negociaciones que
culminaron con un llamado a plebiscito, que se efectuaría el 5 de octubre de
1988.
Se trataba de decidir, nada más y nada menos, sobre la
continuidad del régimen, con el dictador Pinochet a la cabeza hasta el año 1997.
Esto correspondía a la opción SI, del plebiscito. En tanto, la opción NO,
correspondía a quienes querían el término del régimen, y la convocatoria a
elecciones libres.
Las discusiones que se dieron en esa época, entre quienes
estaban por profundizar la estrategia de movilización social, y quienes
confiaban en las negociaciones iniciadas por el régimen. Lo que se conoció como
“El veranito de Jarpa”, porque fue con Sergio Onofre Jarpa a la cabeza de la
Segegob, que se desarrollaron esas conversaciones.
Durante todo ese tiempo, la sangre seguía corriendo por las
calles, la represión y la persecución a los movimientos de izquierda, se
prolongó hasta el último día.
Para participar en el plebiscito de 1988, se abrieron los
registros electorales. Los que existían hasta el año 1973, habían sido
destruidos. El régimen llamó a inscribirse para participar en apoyo a Pinochet.
Lo suyo hizo la oposición. Unos primero y otros más tarde, el grueso de la
oposición, aceptó las reglas del juego, se inscribió e hizo campaña por el NO.
Para quienes no estuvieron allí. Fue un período plagado de
emociones, quienes luchamos contra la dictadura, por primera vez, veíamos que
la TV hablaba de las atrocidades, de las violaciones a los DDHH. Todas las
noches las familias se agolpaban frente al único TV de la casa, para ver la
franja del NO.
Fue un período hermoso, a ratos épico. Y el triunfo sobre el
dictador, es una de las alegrías más grandes que hemos vivido como país.
Estamos ahora en el año 2019, inmersos en un proceso de
cambio, de transformación social y política, sólo equivalente, a ese otro
proceso que vivimos el año 1988.
También ahora estamos ante un proceso que se inicia, con
desconfianza de la población, con descontento, hastío. La certeza de vivir
condiciones de vida injustas, o miserables, ha hecho perder el miedo. La gente
se vuelca a la calles sin temor, pese a los muertos y heridos.
Existen muchas similitudes, en las críticas de los grupos más
radicalizados de izquierda y derecha. En
el año 88’ la UDI quería la prolongación
del régimen sin plebiscito alguno. El PC primero se oponía al plebiscito, y luego
llamaba a votar nulo.
Llegar a una asamblea constituyente en un gobierno de
derecha, es algo que nadie previó. Luego de haber aportillado el proceso
constituyente iniciado por la presidenta Michelle Bachelet, ahora muchos miran hacia
atrás con admiración y respeto.
El acuerdo suscrito por la inmensa mayoría de las fuerzas políticas
de Chile, el 15 de octubre de 2019, constituye un hito histórico. Por primera
vez pudimos ver en nuestras propias pantallas de TV, como se realizaban las
negociaciones, hasta el acuerdo final.
Un acuerdo que por primera vez no era en la cocina de algún
incumbente, sino en la sede del congreso nacional. Por primera vez, no “cortaban
el queque”, tres o cuatro señorones de la política, sino que fue con un
enjambre de parlamentarios, presidentes de partidos, asesores, y decenas de
reporteros y periodistas.
El camino que se ha abierto con este acuerdo, nos dejará al
igual que en 1988, ante un mundo nuevo. Un nuevo Chile será posible, con la
participación de todos nosotros. No existe razón alguna para marginarse de esta
oportunidad. Por vez primera Chile se dará una Constitución, a través de una
asamblea o convención constituyente.
Se estima que desde que se apruebe en el plebiscito de abril
de 2020, la opción de nueva constitución, hasta que esta entre en vigencia, transcurrirá
un mínimo de un año y medio.
Este período deberemos abocarnos como sociedad, a resolver
los graves e impostergables problemas sociales. Salarios, pensiones, salud,
educación, regiones, entre otros. Durante todo este tiempo la gente continuará
movilizada, hasta empezar a ver los frutos de los compromisos. Así deberá ser,
para que los políticos de gobierno y de oposición no olviden.
La rebaja en la dieta parlamentaria y de los más altos cargos
de la administración, no puede esperar más. Asimismo, la aplicación retroactiva
de la ley de no reelección. De este modo, el parlamento completo podrá ser
renovado en 2021 y 2025.
El término inmediato de las sistemáticas violaciones a los
DDHH, ocurridas en todo el país, en el contexto de las movilizaciones sociales,
no obsta al rechazo de vandalismo y la delincuencia. Con posterioridad a la
firma del acuerdo político por una nueva constitución, se han seguido
disparando balines y perdigones a la cabeza de los manifestantes. Se desconoce
por qué aún permanece en su cargo el general director de Carabineros,
responsable directo de las directrices impartidas a los escuadrones represores.
Estamos ante un momento histórico que marcará a esta
generación, así como el triunfo en el plebiscito del 88’ nos marcó a nosotros.
Son tiempos de cambio, y de esperanza que nos permitirán crecer como sociedad, y
avanzar en la construcción de un Chile más justo y solidario.
Soy Ernesto Sepúlveda, en “Crónicas de la Patagonia”.
Punta Arenas, 18 de noviembre 2019.-
FELICITACIONES. Interesante el tema señalado. Un abrazo.
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