Cielos de un celeste profundo, árboles con forma de cono de helado, un mar intensamente azul atrapado entre estrechos canales, pequeñas bahías, fiordos, miles de islas, es sólo un retazo de un paisaje inagotable. La experiencia de recorrer la patagonia te brinda una sensación de libertad y de pureza, que solo la he sentido en el desierto de Atacama. No se divisan letreros publicitarios, postes de alumbrado público, antenas de TV o de celular. Mirando la pradera interminable hasta el horizonte, fácilmente se puede imaginar como sería todo cien años atrás. De hecho es fácil imaginar los mismos sitios poblados de numerosos árboles, frondosos bosques de Lengas y Ñirres, que producto de la llegada de los colonos fueron "despejados" para liberar terreno para la ganadería. !Horror! dirán muchos personajes el día de hoy, pero si algo he aprendido de la historia, es que jamás se debe juzgar con nuestra cosmovisión y valores, a los hombres y mujeres del pasado. Estos parajes en el fin del mundo demuestran que el ser humano puede sobrevivir en cualquier latitud. Impresiona las fotografías de Martín Gusinde, un cura alemán, que se dedicó a estudiar y tratar de salvar a las últimas familias kaweskar que quedaban en nuestro territorio a fines del siglo XIX. Impacta ver que vivían casi desnudos, y buceaban en las gélidas aguas sin sufrir ningún trastorno. Se puede cuestionar por supuesto, que otros europeos llevados por un supuesto interés científico, llevaron a Francia, y exhibieron en un "museo vivo" de París, a familias de kaweskar, que seguramente fueron vistos con gran deleite por los "avanzados" franceses. La obra de Gusinde es muy importante por haber tratado de algún modo de rescatar lo poco que iba quedando, ya a esa época. Mirar sus rostros en las fotos, estremece, se divisa una tristeza profunda en sus ojos, un miedo, que nos avergüenza y nos compromete.
Es que se puede hacer un lindo y emotivo discurso acerca de este tema, pero sin producir grandes cambios en nuestra posición ante la vida, después de todo son pueblos que desaparecieron en la noche de los tiempos. Sin embargo, de lo que se trata no es de tener una posición romántica acerca de lo que no pudo ser, sino acerca de lo que puede ser hoy día. De lo que hacemos hoy para cuidar nuestro entorno, para no depredar hoy nuestros espacios naturales, para adoptar una posición de respeto hacia nuestros pueblos originarios.
Después de todo, la gracia que tiene este territorio tan distante, es precisamente su riqueza natural, su belleza paisajística, y cómo hemos aprendido a relacionarnos con nuestro entorno, a ratos salvaje y peligroso. No se viaja 20 mil kilómetros sólo para visitar la casa de uno de los pioneros que se enriqueció en Magallanes, se busca atrapar aunque sea por un instante la magia de un lugar no tocado por la mano de hombre, el sueño de llegar a una pequeña isla donde nunca antes pisó el pié del hombre.
De vuelta del recorrido diurno, siempre se puede encontrar el calor de un buen fuego, y disfrutar de la mesa magallánica, mirando el Estrecho de Magallanes, que nos protege del mar abierto tumba de muchos soñadores y navegantes de todas las latitudes.