Estamos
próximos a una nueva elección presidencial en Chile. Por primera vez en nuestra
vida republicana post dictadura, las calles no lucen los colores, ni se oyen
los sonidos ni los discursos de los líderes políticos que se enfrentarán en
esta contienda democrática. Este ha sido un efecto no deseado ( o deseado y no
declarado), por los “expertos” que diseñaron la normativa destinada a
perfeccionar el sistema de partidos, y a transparentar y regular el
financiamiento de las campañas electorales.
Entiéndase
que era absolutamente necesario establecer un muro inexpugnable que separara el
dinero de la política. Eso la nueva legislación lo consiguió y lo hizo muy
eficientemente. Prueba de ello, las pasadas elecciones municipales, en que se
redujo sustancialmente el gasto en campaña de los candidatos. Sin embargo, lo
que los expertos no previeron, fue que el proceso eleccionario iba a
desaparecer totalmente de las calles y avenidas, al extremo de que numerosas
personas ni siquiera se enteraron de que se votaba para elegir alcaldes y
concejales. Lo anterior, sumado al proceso de deterioro de la confianza pública
en los partidos políticos y en la actividad política en general, nos dejó con
un magro 34% de participación a nivel país. Ósea 3 de cada 10 ciudadanos,
participó en las votaciones para elegir a los nuevos alcaldes y alcaldesas por
todo el país.
Los carteles,
pancartas, fotografías, rayados, panfletos, palomas de los más variados
colores, formaban parte de un cierto folclor que acompañaba a las elecciones, y
que estaba profundamente arraigado en nuestras costumbre cívicas y republicanas. Los “expertos”,
académicos muy reputados, que de buena fe elaboraron las nuevas “Tablas de la
ley” para la política, erraron garrafalmente en este aspecto. Ya que se ha
conseguido desprender a las elecciones populares de la necesaria visibilidad,
que facilite que los ciudadanos voten y
voten informados.
Aún no ha
terminado de cuajar la idea del voto voluntario, que también se propuso en su
oportunidad como una forma de aumentar la participación (¡). Unido a la
inscripción automática, se pensó, sin ningún sustento fáctico, que los votantes
fluirían con entusiasmo a las urnas. Evento portentoso, que como es natural no
se produjo. Suficiente evidencia existía de que con voto voluntario, sólo concurrían
a votar los sectores más ilustrados, que
en Chile coincide con grupos de mayores ingresos.
El mayor
número de votantes en Chile, cuando regía el voto obligatorio, se produjo en las elecciones presidenciales de
1994, con 7.376.691 electores de un total de 8.085.493 inscritos. Abstención
del 8,77%. Esas elecciones las ganó la Concertación de partidos por la
democracia con el 57,98% y 4.040.407 votos de Eduardo Frei Ruiz Tagle.
El menor
número de votantes en Chile, en vigencia del voto voluntario, se produjo en las
elecciones presidenciales de 2013, con 6.699.011 en primera vuelta y 5.697.524
en segunda vuelta. Este resultado significa que 500 mil personas que votaron en
primera vuelta del 2009 no concurrieron a votar el 2013. Y en el caso de según vuelta
un millón y medio de personas dejó de ir a las urnas. Estas elecciones las ganó
la Nueva Mayoría con el 62,17% y 3.470.055 votos de la Presidenta Michelle
Bachelet en su segunda campaña presidencial. Obteniendo el mayor porcentaje de
todas las elecciones presidenciales efectuadas desde 1989.
Las
elecciones del 19 de noviembre son con voto voluntario, y con muy poca
visibilidad de los candidatos y sus propuestas en las calles y avenidas de
Chile. Una campaña financiada con recursos públicos y fuerte control del
SERVEL, evitará la existencia de gastos descomunales que se vieron en
elecciones anteriores. Sin embargo, si no existe el pleno convencimiento de los
partidos políticos, de que una mayor participación es necesaria para la buena
salud del sistema democrático, la tendencia a la “elitización” del voto seguirá
acentuándose.
Recientemente
una campaña comunicacional del ministerio Secretaría General de Gobierno, ha
puesto en las pantallas de TV y en la web, la noción de que mientras menos
participen en las elecciones, menos personas tomarán las decisiones. Y estas no
serán siempre del gusto de las grandes mayorías.
La irrupción
de candidaturas alternativas a los dos grandes bloques que representan a la
centro - izquierda y a la derecha, no ha generado hasta ahora la concurrencia
masiva a las urnas. Se vio en las elecciones municipales de 2016 y en las
primarias presidenciales de este año.
Hoy estamos
en una encrucijada histórica, donde se juega el destino de las reformas
impulsadas por el gobierno de la Nueva Mayoría, la alianza de partidos más amplia que se conozca
en nuestra historia como República.
La noción de
que en noviembre se enfrentan ante la ciudadanía, dos ideas de sociedad, del mundo, y de la vida,
es lo que debiera sacarnos del marasmo en que hoy nos encontramos. Es un
llamado de alerta para las grandes masas de jóvenes beneficiarios de la
gratuidad en la educación, que se reconoce como derecho social, en
contraposición a una educación que se transa como bien de consumo. Son más de
260 mil en todo el país, ello y sus familias tiene mucho que decir.
Será esta la
primera vez, y quedará así escrito en la historia, que los chilenos y chilenas
elegiremos a nuestros representantes al parlamento, sin el sistema binominal de
la constitución de Pinochet, que empataba artificialmente a las fuerzas
democráticas, impidiendo aprobar legislaciones más progresistas. Con el veto
permanente de los sectores políticos retardatarios.
Será también
la primera vez, en que podrán competir en todo Chile un mayor porcentaje de
mujeres candidatas, en proporción no inferior al 40% de las respectivas listas.
Más mujeres y más jóvenes en la actividad política, es esencial para recuperar
la credibilidad del sistema político.
La elección
del 19 de noviembre es más que otra simple votación, estamos ante la decisión
de continuar por el camino trazado por la ciudadanía el 2013, y seguir
avanzando hacia un estado social y
democrático de derecho, o es el camino de la involución, del retroceso a un
estadio anterior, donde el individualismo campea, donde se exalta la
competencia por sobre la colaboración, y los bienes de consumo por sobre los
derechos sociales.
En este
momento trascendental de nuestra vida democrática, miremos el futuro con los
ojos de nuestros hijos, y no con el de nuestros abuelos. Asumamos nuestro
compromiso con la historia y concurramos con entusiasmo a las urnas.
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