-Adiós- dijo
el Principito.
-Adiós- dijo
el zorro. Ahora te diré mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el
corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
“El principito”, Antoine de Saint Exupéry
Amigas y
amigos, vivimos tiempos convulsionados, en muchas ciudades de nuestro país, y
del mundo, la inseguridad encierra a las personas, tras barrotes en sus propias
casas. La desconfianza y el temor, impiden que las personas socialicen,
conversen, y hasta que se saluden. En las grandes ciudades, las personas no
conocen ni a sus vecinos.
Cada día las
personas enfrentan largos tiempos de desplazamiento, entre sus casas, siempre
en la periferia, y los lugares de trabajo, en el centro de las ciudades o en
otras comunas. Eso sumado a jornadas de trabajo extensas, dificulta que los
trabajadores puedan tener una vida familiar adecuada. Los padres y las madres
de familia salen con las primeras horas del alba, a la calle, y no ve a sus
hijos hasta entrada la noche.
Bajos
salarios, un alto costo de la vida, por arriendos caros, gasto en movilización y
colación, mantienen a vastas masas de asalariados, viviendo en la pobreza. Una
pobreza que no se nota tanto, detrás de los uniformes corporativos, o los
trajes en liquidación.
Sin recursos para destinar a esparcimiento,
acceso a la cultura, a la entretención, y
sin tiempo para la práctica deportiva, o
para participar en la Junta de vecinos, o en el cuerpo de bomberos.
Las personas
están cada vez mas solas, cada vez mas aisladas, mas ensimismadas. Presas de la
pulsión por el consumo, que parece ser el único mantra, la única religión
aceptada socialmente. Una felicidad
falsa, que dura un instante, se esfuma junto con los últimos pesos de un
salario minúsculo.
-¿Por qué
bebes?- le preguntó el Principito- al único habitante de ese planeta, donde
sólo vivía un bebedor, rodeado de montañas de botellas vacías y una colección
de botellas llenas.
-Para
olvidar- respondió el bebedor.
-Para olvidar
qué- inquirió el Principito, que ya le compadecía.
-Para olvidar
que tengo vergüenza- confesó el bebedor, bajando la cabeza.
-Vergüenza de
qué?- indagó el principito, que deseaba socorrerle.
-¡Vergüenza
de beber!- terminó el bebedor, que se encerró definitivamente en su silencio.
Cuanta
desesperanza, cuanta tragedia se oculta en este pequeño párrafo. Cuantas almas
atribuladas por los problemas, por la angustia, caen presa del siniestro
flagelo. “El veneno negro” como le llamaba Gastón Guzman del dúo Quelentaro. El
que partió esta semana.
Amigos y
amigas, nos dicen en estos días, que al ritmo que estamos viviendo, el nuestra
vida en la tierra tendría fecha de término. El planeta sólo podría recuperarse,
si dentro de un plazo máximo de 12 años modificamos radicalmente nuestro modo
de vida.
Se refieren
al impacto que está produciendo la emisión descontrolada de CO2 a la atmósfera.
Se nos dice que todos en el planea debemos modificar nuestro actuar.
Nadie podría
estar en desacuerdo con esto. Pero por qué los países en vías de desarrollo, y
los países pobres deben enfrentar las mismas restricciones que las potencias
industriales?
Parece haber
una desigualdad manifiesta, si consideramos que casi el 90 % de las emisiones
provienen de las grandes potencias, y mas aún si consideramos que la mayor
parte del CO2 acumulado en la atmósfera, proviene de la revolución industrial,
que hicieron en el siglo XVIII esas mismas potencias.
Si embargo,
tenemos una sola casa, es la casa común, y lo que haga un señor Bolsón en la
amazonía, afecta a todo el planeta por igual. No podemos soslayar nuestra
propia responsabilidad.
Vivimos en
Magallanes en condiciones privilegiadas, rodeados de una naturaleza bella,
agreste, con amplios espacios entre los nucleos poblados, que permiten respirar
un aire puro y vitalizante. Tenemos que cuidar nuestro entorno, pero sobre
todo, debemos conservar nuestro modo de vida. El trato por el nombre, el saludo
de mano, o de abrazo a los mas conocidos. El ritmo constante pero no frenético.
Una vida de consumos moderados. Gracias a la sabia pedagogía de aquellos largos
inviernos del pasado. Cuando guardar frutas en conserva, harina, sacos de papa,
la leña y el carbón, hacían posible la
vida en estas latitudes.
Nuestra
condición de zona extrema, nos ha impulsado siempre a la solidaridad, a ayudar
al que necesita, al que requiere una mano amiga. Humana tradición que proviene
tanto de los pioneros chilotes, como de
los del viejo continente.
Cuando vemos que el futuro de la humanidad
está lleno de incertidumbres, más valor adquiere el trabajo colaborativo,
abnegado, esforzado y audaz, que permitió construir nuestra región. Esa es
nuestra fortaleza. El que quiera cambiar
el mundo, debe partir cambiando el lugar donde vive, su casa, su aldea.
Podemos sacar
lecciones del pasado, para enfrentar los desafíos de presente y del futuro.
Amigos y amigas,
soy Ernesto Sepúlveda, y aunque quedaran solo 12 años para impedir una
catástrofe climática global, igual
valdría vivirlo, luchando en esta tierra bendita de Magallanes.
Punta Arenas,
Lunes 2 de septiembre de 2019.-
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