Cuando parecía que
el 2020, iniciaba en medio de auspiciosos sueños de esperanza, unas
imágenes transmitidas por todo el orbe, nos trasladaron con inusitada
violencia, a nuestra realidad. Vivimos en Chile, en los extramuros del primer
mundo, y sin embargo nos llegó con nitidez el ataque sobre suelo de Irák,
con el que el gobierno de Estados Unidos, ejecutó a un alto jefe militar. Las
amenazas de represalia o venganza no se hicieron esperar, provocando la alarma
en ciudadanos estadounidenses y de sus países aliados, los que fueron
advertidos del peligro, instándolos a dejar el país.
La situación en
Medio Oriente, ha escalado a niveles que ya se creía desterrados. Irán ha
anunciado que abandona el plan para el desarme nuclear, y en su principal
mezquita se ha izado una enorme bandera roja. Esta representa la sangre caída
en forma injusta, y un llamado a vengarla.
El mundo de
inmediato acusa el impacto, con inestabilidad en las bolsas, y aumento del
precio del petróleo crudo, del cual la zona es una de las mayores reservas del
planeta. Como es usual en estas crisis, grandes inversionistas y
especuladores financieros se refugian en el oro. Recurso que sigue considerándose la
inversión mas segura, en casos de guerra.
A quienes rondamos
los 50 o más años, estas noticias no nos sorprenden mucho. El Medio Oriente ha
sido el escenario preferente de las guerras que Estados Unidos ha llevado a
cabo, en los últimos decenios del siglo XX y
en los primeros del siglo XXI. Lo
que de verdad impacta, es la liviandad con que el recurso bélico se usa en la
política interna de Estados Unidos. Donald Trump no es la
excepción. Expuesto a un “Impeachment”, o juicio político en el
congreso, y ad portas de una nueva elección presidencial. El
recurso al patriotismo y a la defensa de la seguridad de “América”, es una arma
imbatible en una campaña política.
Eso es lo abismante,
para quienes vivimos lejos del primer mundo. Que decisiones de los líderes de
las grandes potencias, cambien o amenacen cambiar nuestras vidas de forma
definitiva. Ya lo vimos en materia medio ambiental, con la negativa de las
grandes potencias a comprometerse activamente, en la reducción de
emisiones de gases de efecto invernadero. La ciencia ha determinado que no si
reducimos la temperatura de la atmósfera, nuestra forma de vida va a
desaparecer del planeta. Nada parece inquietar a los líderes del mundo
desarrollado.
Presenciamos una
película de acción, una producción de bajo presupuesto, con malos actores y
deficientes efectos especiales. Nos cuenta una historia de destrucción
planetaria, y una muy improbable alternativa de que algunos puedan emigrar a
planetas distantes de nuestra galaxia. Adivinen donde estamos nosotros, los
habitantes de las tierras mas distantes del mundo desarrollado?, bueno pues,
viendo a lo lejos como se llena el Arca e inicia su viaje.
Pareciera ser un
panorama negativo, pesimista. No propio del espíritu que anima al autor de
estas líneas.
La verdad sea
dicha, sobre lo que está sucediendo en el Medio Oriente, o lo que sucederá en
el congreso de Estados Unidos con el Impeachment, o la elección presidencial,
poco tienen que ver, con lo que nosotros podemos hacer y decidir. Lo
traigo a debate, únicamente para constatar y resaltar una vez más, la increíble
fragilidad de nuestra existencia. La increíble fragilidad de la
vida. Una reflexión que a mi juicio debiera llevarnos a abrir ojos y
mentes, ante lo que está sucediendo frente a nuestras propias narices.
La paz, y la
convivencia pacífica en sociedad, no es argumento o recurso para un sector
político determinado, debiera ser el Leit motiv, de todos nosotros,
quienes con nuestras individualidades, nuestras convicciones,
nuestros sentires, habitamos este territorio.
Los tiempos que
vivimos, son tiempos de cambios, un cambio de ciclo vital y social, que llevará
muy probablemente a superar, la forma en que nos hemos organizado
hasta ahora en sociedad. Pero existen valores, principios y fundamentos, que
son anteriores y superiores a toda ideología. Ese sustrato ético, está
presente en todos nosotros, y por tanto, cualquiera de nosotros, cada uno, o
todos en conjunto, podemos y debemos reivindicarlo.
Defender la
dignidad del ser humano, sus derechos inalienables, nuestro derecho a vivir en
paz, a construir una sociedad que se sustente en la participación, en la
solidaridad, en el progreso colectivo.
No son sólo
bellas palabras para un discurso, son una tarea. Todos y cada uno de
nosotros seremos ciudadanos constituyentes. Algunos serán electos para integrar
la convención constituyente. Los otros podremos discutir y proponer contenidos,
que traduzcan en palabras el legado que cómo país, queremos dejar para las
nuevas generaciones.
Ernesto Sepúlveda –
Crónicas de la Patagonia
Punta Arenas, Lunes 6 de enero
de 2020--
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