Antes de que se cumpliera
siquiera un mes, desde el reventón social, ya había ilustres intelectuales
chilenos que habían publicado libros sobre el fenómeno. Así de rápido se han
hecho los análisis y sacado las conclusiones. Lo cierto es que todos saben, o
han acordado saber, que el 18 de octubre de 2019, cayó la gota que rebalsó el
vaso. Todos saben cuando empezó esta escalada de movilizaciones, pero nadie
sabe cuando terminarán.
Lo que fue pacífico o casi
pacífico al comienzo, que fue masivo, festivo a ratos, fue dejando paso a
escenas de pillaje, vandalismo y destrucción pocas veces vistas en Chile. El
listado de demandas sociales encabezado por pensiones, salud y salarios, dio
paso a un listado mas amplio, variopinto, diverso. De pronto se pasaba cuenta
de todos los pendientes de la eterna transición a la democracia. De la
incapacidad del gobierno para controlar el orden público, pasamos a la conducta
pusilánime de la clase política, que desbordada totalmente, trataba de sumarse
a la ola de demandas sociales. Personajes que han protagonizado la política del
país, los últimos 30 años, figuraron rasgando vestiduras, con caras
compungidas, hablando sobre la desigualdad.
Tanta hipocresía no les ha
dado rédito alguno. Forzados por las circunstancias, de una asonada callejera
que amenazaba la estabilidad del gobierno y de las instituciones, tuvieron que
suscribir un pacto para llegar a un plebiscito en abril de este año. Obligados
por el descrédito mas absoluto, los parlamentarios debieron aprobar leyes que
reducen sus cuantiosas dietas, y otra que fija un límite a la reelección. Ambos
proyectos fueron aprobados, en medio de aplausos de los
mismos parlamentarios, pero aún falta su ratificación en la sala del
Senado. Si efectivamente se transforma en ley el límite a la re elección,
políticos muy conocidos dirían adiós al Congreso. Sólo a
título ejemplar, estarían despidiéndose del senado, en 2022: Juan
Pablo Letelier, Gido Girardi, Andres Allamand, Carlos Bianchi,
Alejandro Navarro, Jorge Pizarro, Víctor Pérez.
Se avizoran presiones de los afectados para dilatar su deceso
parlamentario, pero se espera que la opinión pública esté muy pendiente de esta
materia.
Vamos para los 4 meses de movilizaciones, en las ciudades más grandes del
país, se ha convertido prácticamente un hábito. El deterioro del
espacio público en estas ciudades, salta a la vista, con sólo recorrer las
calles del centro. Ciudades tranquilas y bien mantenidas, como las del sur
austral, tampoco se han librado de vandalismo, de la destrucción, incendios,
rayados con insultos y obscenidades.
Quienes hicieron de la política un oficio, quienes se hicieron fuertes y
poderosos en ella, ahora callan. Las voces sensatas que antes llamaban a la
moderación, que llamaban al encuentro entre ciudadanos, entre compatriotas,
entre hermanos, hoy callan. Se teme a la respuesta violenta de quienes medran
en las redes sociales. Esta actitud de cobardía, cuando no de complicidad
interesada, la hemos visto en todo el espectro político. Es la glorificación de
la protesta violenta, se rinden loas y alabanzas al que oculto en el anonimato
de la multitud, quiebra los vidrios de museos o profana tumbas.
Nadie se arriesga a decir lo que el grupo más radical no quiere oír.
Mientras 8 millones de chilenos continúan yendo todos los días a sus trabajos.
Llegando como pueden por la destrucción de paraderos, y estaciones de metro.
Ellos, los sujetos cuya vida sacrificada, y llena de privaciones, ha sido la
justificación del estallido social, han visto afectada su ya difícil
existencia. En las grandes ciudades la vandalización de supermercados, de
pequeños comercios, de farmacias, de oficinas, ha significado la pérdida de
empleos, pero también el deterioro de los barrios. La destrucción de
luminarias, de semáforos y de cámaras de seguridad, y rayados e insultos en las
fachadas de modestas casas particulares, afecta la vida misma de quienes
debieran ser la principal preocupación, en el nuevo Chile.
Existe una lección que aprender acá. No existe ningún atajo para lograr el
desarrollo económico. No existe ninguna posibilidad de construir una sociedad
prospera e inclusiva, sin crecimiento económico. No se logra el crecimiento
económico, sin orden público y estabilidad en las instituciones.
Estamos como país en un punto de inflexión, lo que los economistas llaman
“la trampa de los países de ingresos medios”. Para salir de este bache, y poder
saltar al desarrollo, se requiere de un gran acuerdo, de un gran consenso
social y político. Esa es ni más ni menos, la oportunidad que tenemos por
delante. La posibilidad de acordar las condiciones en que nos desarrollaremos
como país. La discusión constituyente, no es un mero ejercicio para abogados o
juristas, es la oportunidad de que fijemos el rumbo, que miremos por primera vez
en nuestra historia republicana, a Chile, como un espacio que construimos todos
juntos.
Y todos juntos, significa el encuentro con quienes piensan distinto a
nosotros, un encuentro que requiere paz, requiere orden público y requiere
instituciones funcionando. Incluido el congreso y el presidente de la
República, Eso es lo que le debemos a quienes han quedado a la vera del camino
a lo largo de la historia. Abrir espacios, abrir sendas y tender puentes, todos
los necesarios, para que nadie quede atrás, y lleguemos juntos a nuestro
destino común.