Nos acercamos
con rapidez a lo que sin lugar a dudas, va a ser uno de los hitos mas
importante del presente siglo en Chile. El plebiscito donde resolveremos si
queremos una nueva constitución, nacida en democracia. Es, como lo hemos venido
diciendo semana a semana, probablemente el acto de mayor importancia en el que
nos tocará participar como ciudadanos.
Sin embargo,
da la impresión de que algunas personas se niegan a reconocer la magnitud de
este paso. Se puede apreciar en redes sociales, y también en algunos medios de
prensa, quienes tienen el foco puesto por un lado en los desmanes y actos
vandálicos. Que constituyen un residuo no deseado de las manifestaciones
sociales, pacíficas, y transversales que han ocurrido en todo Chile. Y por otro
lado, quienes tienen el foco puesto en los excesos cometidos por una policía
militarizada, que ha cometido violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
El estallido
social de octubre de 2019, para algunos constituye una verdadera rebelión
popular, una especie de asalto al poder, de las fuerzas populares no
representadas por ningún partido. Para quienes creen esto, la violencia, la
destrucción y el vandalismo, se explicaría por las condiciones de desigualdad
existentes.
Parte de la
oposición política aparece capturada por un discurso ochentero, que pretende
justificar el uso de todos las formas de lucha, como fue en el combate a la
dictadura. Desde luego, existe un grupo, afortunadamente reducido, que
justifica hasta los ataques a iglesias, a cementerios y a monumentos.
Esta
dinámica, enfrenta a los extremos. Un incipiente movimiento de corte fascista,
incluso aparece en desfiles de la campaña del rechazo. Sujetos premunidos de
cascos, garrotes y manoplas. Portando banderas tan lejanas al ideal patrio,
como las viejas banderas confederadas. Nos referimos a las que representaban al
Sur de Estados Unidos en su guerra civil. Hoy es símbolo de los supremacistas
blancos, y del racismo.
Numerosas
personalidades políticas, han intentado llamar a la calma, a la moderación, a
la paz. Como requisito para efectuar un plebiscito, y un eventual proceso
constituyente ejemplar. Al menos dos cartas se han publicitado ampliamente. Una
de ellas suscrita por figuras, de la extinta concertación de partidos por la
democracia. Luego otra suscrita por figuras también de oposición, en que tratan
de marcar distancia con la anterior, a la que tildan de “elitista”.
Es así, como
quienes han dedicado su vida a la política, que hoy tienen su credibilidad por los suelos, han
desperdiciado la oportunidad, de recuperar algo de la confianza pública. El
momento de la unidad, de hacer gestos concretos por el bien de todo Chile, se
desperdicia, en pequeñas rencillas, de quien de ellos verdaderamente representa
al pueblo.
Y esa es la
gran interrogante que debemos responder. El Servicio eletoral, ha informado que se encuentran habilitados
para votar, 14 millones 753 mil personas. Es imprescindible incrementar la
participación electoral. Es muy posible que la impopularidad del gobierno y de
todo el sistema político, provenga también de la baja participación. Hace dos años efectuamos elecciones presidenciales
y parlamentarias, en noviembre de 2017 en que votaron sólo 6 millones de personas, menos del 50% del
electorado.
El desinterés
en la democracia, el poco aprecio por las instituciones, no sólo es por falta
de educación cívica, es por falta de formación valórica, es una falta también
de las familias. Dejar a terceros que se encarguen de la cosa pública, la
privatización de las decisiones que afectan a la sociedad toda, está entre
otros muchos factores, en la génesis del descontento social.
A quien
podemos culpar, si el reconocimiento de derechos sociales, requiere
participación electoral, y esta no se produce? Estamos en un escenario
favorable al nacimiento de liderazgos populistas, de derecha y de izquierda. El
populismo induce a pensar a las personas de que existen atajos para resolver
los problemas. Es una trampa de la que son presa fácil los mas necesitados, los
mas desesperados, y las personas con menor capital cultural. Osea, los más
pobres.
Por lo
anterior, grupos radicalizados de derecha e izquierda defienden el uso de la
fuerza, el recurso a la violencia. Sea, como una supuesta expresión de
descontento social. Donde se justifica
los saqueos, la destrucción de mobiliario urbano, el ataque a iglesias y
cementerios, culpando a la rabia por la desigualdad. O sea, como fuerza y
violencia ejercida sobre individuos, justificando incluso las violaciones a los
derechos humanos, cuando esta fuerza proviene de la fuerza pública. Y también
recientemente, de grupos de choque fascistas.
El único modo
que tenemos los ciudadanos comunes y silvestres, es ejercer nuestro derecho a
voto. Nuestro derecho a dar nuestra opinión. La defensa de lo que hemos
construido, entre todos, como sociedad, nos corresponde también a todos. No a
un grupo de iluminados, ni tampoco a las figuras de siempre en la
política. Los ciudadanos podemos y
debemos rechazar a los grupos extremos, que pretenden sacar provecho, de la
destrucción y el caos. Aislar a esos individuos es imprescindible para que
podamos efectuar un plebiscito masivo y pacífico.
Con
compromiso y trabajo, podemos tener
justicia social, paz y
crecimiento económico, que nos lleve al desarrollo.
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