En la última semana, han hecho noticias las expresiones de la presidenta del colegio médico, Izkia Siches. En un podcast difundido ampliamente, desliza duras palabras para referirse a las autoridades de gobierno, y su manejo de la pandemia. Varios de los aludidos reaccionaron enérgicamente, por considerar insultantes dichas expresiones. Y se ha generado una discusión en redes sociales, acerca de la pertinencia de ellas, y si corresponde a un debate, donde se dicen las cosas por su nombre. O constituyen mas bien, meros insultos dirigidos a quienes no tienes enfrente en ese momento. Se coordinó una declaración de reclamo, suscrita por los directores de servicios de salud, de todo el país. Y la ministra vocera, que también es médico, emitió una declaración suscrita en esa calidad, donde criticaba fuertemente a la doctora Siches. Unas expresiones motivadas por la molestia y la frustración de lidiar, con un gobierno indolente, fueron aprovechadas por el mismo gobierno, para infringirle una derrota política, a quien ha sido su mas tenaz crítica por la gestión sanitaria.
El
tema en cuestión, no debiera ocupar ningún segundo en pantalla ni en los otros
medios. Se trata de expresiones ofensivas, que era fácil de prever, provocarían
una reacción. Constituyen un despropósito, y no hay vuelta que darle. Porque
nos distraen de nuestro objetivo principal, el esfuerzo por controlar la
pandemia. Me incluyo dentro de los muchísimos que admiran a la doctora Siches,
por algo ha sido incluida entre las 100 mujeres más importantes por la revista
Time. Pero la admiración no nos puede cegar. Fue un error y se debe reconocer.
Lamentablemente, la incapacidad de autocrítica, campea a ambos lados del espectro
político. Y es notoriamente escasa, entre quienes aspiran a dirigir el país. Si
uno se resbala, ahí está el resto abalanzándose encima, para pisotearlo o patearlo
en el suelo.
Aunque
a ratos, parece algo pasado de moda, el respeto, el guardar las formas, es
necesario para mejorar nuestra vida en sociedad. Es imprescindible en quienes
dirigen y conviven en la actividad política. Los líderes políticos y sociales,
tienen un primer deber, y es el contribuir con sus palabras y su actuar, a un
clima de entendimiento y de paz. No es legítimo usar un lenguaje insultante, o
denigrante, sólo para captar la atención. La degradación del adversario, el
ataque a las minorías, está a la base de los totalitarismos que desangraron el
planeta en el siglo XX. No hay que tomarlo con ligereza. Y debemos estar atentos a identificar, a esos hombre y mujeres
de la política, que hacen su discurso, en base a la descalificación de los
otros. Los que fomentan la animosidad, cuando no, derechamente el odio, hacia
los otros, no están en la senda de construir una sociedad mejor para todos y
todas.
No
se trata de ocultar, de disimular, o de negar nuestras diferencias políticas,
sociales, económicas, religiosas, por el contrario, se trata de reconocerlas y
aceptarlas. La discusión democrática que iniciaremos este año, en la convención
constituyente, se realizará así. Ningún sector podrá invisibilizar, ignorar, prohibir
o suprimir al otro. En este momento cúlmine de nuestras vidas, cuando libramos
una batalla sin igual, por nuestra sobrevivencia, estamos obligados a
entendernos, a aceptarnos.
Mirando nuestro
trágico pasado histórico, creo que la forma de honrar a nuestros héroes y mártires,
es haciendo que triunfe la cultura de la vida, por sobre la cultura de la
muerte. Haciendo que brille la verdad, por sobre las tinieblas de la mentira y
el engaño. Debemos mirar al país, a nuestra
comunidad de Magallanes, como miramos a nuestros hijos e hijas. Con qué amor y
dedicación los cuidamos. Qué no hacemos, ¿qué no haríamos por ellos? Esa es la
verdadera revolución. Ver a la sociedad, a la comunidad, como a nuestra propia
familia. Velar por los otros, cómo velaban nuestros padres por nosotros mismos.
Eso es lo radical, es lo más comprometido, lo más progresista, y a la vez lo
más moderno e innovador. Mirar la esfera pública, como el lugar donde se
comparte y se construye, para que mejoremos todos. Actuar con altruismo, hacer
las cosas por la satisfacción de hacer lo correcto, porque es lo que debe
hacerse, y no hacerlo, por codicia o por competir con los otros.
Las
nuevas respuestas, para las nuevas preguntas, las encontraremos de ese modo. Cuando
nos demos cuenta, perderemos menos tiempo dando explicaciones o pidiendo
disculpas, por lo que dijimos o dejamos de decir.
Ernesto Sepúlveda
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